viernes, 9 de febrero de 2007

Crítica

El murmullo

Argumento
Dos mujeres sentadas en sus sillones de jardín, en medio de un simbólico patio circular de tierra, demarcado por una manguera, duermen y despiertan a una rutina de habladurías y chimentos.
La ocasión de hablar de los otros no es óbice, sin embargo, para que una de ellas (la que discurre exacerbadamente) alterne su visión sobre la vida de una vecina (cuya reputación se encarga de derribar) con los atormentados recuerdos de su pasado pueril (abundante en clausuras, cáncer, ausencia materna, incomprensión de los designios divinos, etc).
La penetración en las causas psicológicas de El Murmullo, abre al espectador la doble posibilidad de un juicio redimitorio o condenatorio.

Reflexiones Ad Hoc
Hablar y escuchar es la fórmula que define toda comunicación. Allí, sus extremos marcados por la presencia de un emisor y un receptor, por lo general, fluctúan en versátiles transmutaciones de roles, cuya vertiginosidad torna casi innecesarios los distingos.
Sin embargo, ¿qué sucede si el que habla es siempre el mismo... y el que escucha, también? Pues la distinción no solo se vuelve palmaria sino hasta intolerable: tajantes emisores frente a receptores, encarnando sendos monólogos.
Pero si el que escucha, escucha y da señales de su recepción, ¿es correcto seguir pensando en monólogos? Bien me temo, que no.
Vamos acercándonos al quid de El Murmullo, pieza teatral, drama – cómico construido sobre la rutina altamente corrosiva del chisme, la mirada de los otros, la palabra de los otros dando cuenta de las vulneradas y ya no privadas sino públicas (demasiado públicas) vidas ajenas.
Admitamos, entonces, el poder de la palabra o mejor: de quien detenta la palabra. Su capacidad para tachar de infamia a quien le plazca, su acceso, manipulación, versión – creación, divulgación de la información, le confiere una autoridad legitimada por la recepción (no siempre aquiescente) del destinatario.
“Páseme la manguera” es la frase en que se cifra ése poder.
Sillones de jardín, noches – mañanas, mañanas – noches, objetos recurrentes (y ocurrentes), sincronía en los encuentros para la calumnia, inmovilidad vital, corrosión paulatina... son El Murmullo”.
Pero además es una argucia teatral que aproxima al espectador – con ojos y oídos – hacia las protagonistas, eslabones fundamentales de El Murmullo.
El Murmullo es, en realidad, la vista preliminar (aumentada en un ciento por ciento) de una realidad mínima, un argumento – si se quiere – prosaico que se magnifica gradualmente, hasta adquirir la malevolencia propia de las cosas chicas que se agrandan bajo la lupa.

María Belén Aguirre (Año 2.005)

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